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Foto: B Corp Spain.
La certificación B Corp se reinventa: más transparencia e impacto
En 2006, tres emprendedores de Filadelfia dejaron el capital riesgo para crear B Lab, la organización sin ánimo de lucro que lanzaría un sello inédito: la Certificación B Corp, concebida para demostrar que una empresa genera valor social y ambiental al mismo tiempo que beneficios.
Doce meses después se certificaron las primeras 82 compañías; desde entonces la comunidad ha crecido hasta reunir unas 9.000 empresas repartidas en 102 países y 160 sectores, con más de 930.000 trabajadores. Nombres conocidos como Patagonia, Ben & Jerry’s o Danone presumen hoy del logo “B” en sus productos, y miles de pymes lo emplean para diferenciarse ante clientes, inversores y talento.
Ese éxito, sin embargo, trajo consigo tensiones. El estándar original se basaba en obtener al menos 80 de 200 puntos en la herramienta de evaluación de impacto. El sistema permitía concentrar buenas prácticas en un área (por ejemplo, clima) y, a cambio, mostrar un desempeño modesto en otra, como salarios o diversidad.
A medida que la certificación atrajo a grandes multinacionales (casos polémicos como Nespresso o Evian), críticos y B Corps más pequeñas alertaron de que la flexibilidad generaba confusión entre consumidores y diluía el significado del sello. Al mismo tiempo, nuevas normas de transparencia (como la CSRD europea) y la presión de inversores que quieren métricas comparables subieron el listón de lo que se considera “buen impacto”.
Con ese trasfondo, B Lab inició en 2020 un proceso de reforma que incluyó dos consultas públicas y 26.000 aportaciones de empresas, ONG y académicos. El resultado vio la luz en abril de este año: un marco completamente rediseñado que deja atrás la lógica de puntos y exige que cada empresa demuestre mínimos verificables en siete grandes ámbitos de impacto.
El anuncio, calificado por B Lab como la evolución más significativa en 19 años, marca el comienzo de una transición que pretende garantizar que llevar el logo “B” signifique lo mismo y sea reconocible en todo el mundo.
La reforma de B Lab deja atrás la lógica de puntos y exige que cada empresa demuestre mínimos verificables en siete grandes ámbitos de impacto para lograr el sello B Corp.
Así cambia la certificación B Corp
El nuevo estándar confirma un giro de fondo: la conocida escala de 200 preguntas y 80 puntos queda archivada. En su lugar, toda empresa deberá probar (con evidencias que se responden de forma binaria) que actúa coherentemente en siete ámbitos considerados esenciales por B Lab: gobernanza con propósito y representación de los grupos de interés; acción climática alineada con el objetivo de 1,5 °C; respeto a los derechos humanos en la cadena de valor; empleo digno; una cultura interna que promueva justicia, equidad, diversidad e inclusión; gestión medioambiental basada en principios de circularidad y, por último, políticas públicas transparentes que incluyan tributos y lobby responsable.
El objetivo es dar claridad y ambición a un sello que durante años permitió equilibrar fortalezas y debilidades mediante una nota global.
Las exigencias se endurecen todavía más para los aspirantes con más de 1.000 trabajadores o con ingresos superiores a 350 millones de dólares. Estos grupos deberán publicar su brecha salarial de género, ligar parte de la remuneración ejecutiva a metas sociales y ambientales y trazar la huella completa de sus materias primas principales, entre otras obligaciones.
B Lab justifica esta presión adicional en la capacidad de las grandes empresas para “marcar la temperatura” del símbolo B ante la opinión pública y para arrastrar a sus cadenas de suministro hacia prácticas más responsables.
El itinerario de mejora también se reformula. Una vez verificados los requisitos iniciales (lo que la guía denomina “Año 0”) cada B Corp tendrá que mostrar progresos medibles a los tres y a los cinco años; a partir de ahí, la expectativa es mantener esos mínimos y seguir avanzando. Con esta secuencia, B Lab aspira a evitar el estancamiento después de obtener el sello y a sincronizar la certificación con las revisiones trienales que ya existían.
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Para que el salto no resulte abrupto, la organización ha fijado una transición escalonada. Las empresas que deban recertificarse durante 2025 podrán hacerlo por última vez con la versión 6 del estándar si presentan su evaluación antes del 30 de junio de ese año; quienes lleguen más tarde saltarán directamente a las nuevas reglas.
Las compañías que soliciten el sello por primera vez disponen hasta el 31 de diciembre de 2025 para emplear la metodología antigua, aunque a partir de enero de 2026 todas las verificaciones se realizarán ya con el marco renovado.
De este modo, las B Corp que renueven en 2025 deberán haber migrado a la versión actualizada no más tarde de 2028, plazo que, según B Lab, combina una transición ordenada con el mensaje inequívoco de que, en adelante, lucir la “B” implicará cumplir sin excepciones en los siete frentes citados.
Las exigencias se endurecen para las grandes empresas y cada B Corp tendrá que mostrar progresos medibles a los tres y a los cinco años.
De la promesa al desempeño diario
En la práctica, el nuevo estándar convierte la certificación en un escaparate permanente. A partir de 2026 el perfil de cada empresa dejará de condensarse en un número único: mostrará, uno por uno, los siete ámbitos exigidos y si se cumplen o no. Esa información se alojará en la web de B Lab, de modo que clientes, proveedores e inversores podrán comprobar de un vistazo el desempeño climático, laboral o fiscal de cualquier B Corp.
Ese escrutinio abre un reto operativo, ya que verificar emisiones, salarios de entrada, trazabilidad de materias primas o desglose del gasto fiscal supone consolidar datos que hoy suelen dispersarse entre distintos departamentos o, directamente, no registrarse. Las empresas grandes ya conocen esa presión (por las obligaciones de reporte climático o de diligencia debida en derechos humanos), pero ahora las pymes que busquen la certificación tendrán que ponerse a esa altura: inventariar su huella de carbono, documentar contratos de suministro y fijar indicadores de diversidad que luego puedan hacerse públicos.
B Lab aconseja iniciar el camino con B Impact, la versión del B Impact Assessment ya alineada con el nuevo estándar y gratuita: más de 150.000 empresas la usan para obtener una radiografía de su desempeño y detectar, tema por tema, donde no alcanzan los mínimos exigidos. Con ese diagnóstico en la mano, la guía oficial propone diseñar un plan de transición que actúe simultáneamente sobre la gobernanza, la organización interna y la gestión de la información.
En primer lugar, la empresa debe anclar el propósito en sus estatutos y superar el test de riesgos que B Lab exige a todas las candidatas, de modo que la misión quede recogida en la letra pequeña y no solo en la comunicación externa. A continuación, conviene nombrar responsables para cada bloque de requisitos y fijar hitos intermedios que permitan llegar con garantías a la verificación del “Año 0”, el primer examen con las nuevas reglas.
Las pymes que busquen la certificación tendrán que inventariar su huella de carbono, documentar contratos de suministro y fijar indicadores de diversidad que luego puedan hacerse públicos.
Por último, hay que levantar una infraestructura de datos capaz de suministrar, de forma continua, la información crítica que B Lab revisará y publicará. Reunir y depurar ese caudal de información es la mejor manera de evitar sorpresas cuando toque demostrar, con evidencia pública, que la “B” responde a un impacto real y no solo a una buena intención.
B Lab subraya que lo más oneroso no son las tarifas, sino las horas de trabajo y el personal necesarios para reunir y verificar la información. Las empresas que ya han pasado por el proceso, no obstante, señalan que ese esfuerzo se amortiza: contar con un relato de impacto refrendado por un tercero pesa cada vez más en licitaciones, cadenas de suministro globales y relaciones con los inversores.
En definitiva, con la revisión de 2025, la certificación B Corp deja de ser un trofeo estático y se transforma en un viaje permanente de mejora. Las entidades que decidan aprovechar esta etapa de transición descubrirán que poner orden en datos y procesos no solo facilita la próxima verificación, sino que también refuerza la solidez del relato ante clientes e inversores.
Al fin y al cabo, la “B” seguirá brillando en las etiquetas solo si el desempeño cotidiano confirma la promesa.